En estos días donde nos sentimos apresurados, siempre hay cosas por hacer, cosas que terminan no
siendo hechas, y más cosas nuevas por hacer. Entre el tener que escoger qué es meritorio de nuestro tiempo, qué queremos hacer y qué es necesario, siempre existe un mínimo de estrés que va creciendo si no se hace algo por remediarlo.
Una parte del remedio es darse cuenta de que esta urgencia que nos lleva al estrés no está allá afuera en las situaciones en las que nos encontramos inmersos, sino que está en nuestra forma de percibir estas cosas, en los pensamientos que creemos y mantenemos. La otra parte está en crear el espacio en donde poder hacerse consciente de esto.
Cuando más prisa sintamos, cuando menos tiempo tengamos, debemos de hacer una pausa.
El hecho de tener prisa no hace que los recursos que requerimos, que las habilidades que debemos desarrollar, que los resultados que queremos obtener, se materialicen por arte de magia.
De hecho, nuestra capacidad de sentir presión, pánico, miedo, …, no nos hace necesariamente más capaces de resolver las situaciones en que nos encontramos. No importa la intensidad que estas sensaciones tengan; al dejarnos posesionar por ellas, quedamos más lejos de nuestros objetivos.
Al apresurarnos nos dejamos llevar por el ritmo del mundo, por las prisas industriales, la producción en masa, mecanizada, artificial, altamente superficial, donde las personas sólo son tratadas como objetos de consumo y no como seres humanos pensantes, estamos basando nuestro comportamiento en una reacción que nos hace sentir mal y vacíos constantemente, que distrae nuestra capacidad de hacer las cosas lo mejor que podemos para simplemente hacerlas más rápido.
Y si intentamos hacer varias cosas a la vez, más de las que nuestra atención es capaz de atender, también estamos sacrificando nuestro trabajo en pos de la velocidad. Y no hemos visto nada que crezca en la velocidad y la urgencia: las plantas toman su tiempo en germinar, crecer, florecer y dar frutos; los animales toman años en desarrollarse completamente. La prisa es algo que no existe en la naturaleza, es un estado mental, una creación humana.
Las cosas pueden hacerse en el tiempo que toma hacerlas. No más, no menos. Toda gran obra de arte, toda labor que merece atención, toma un determinado tiempo para crecer por sí misma dentro de nuestra atención, eso no se puede forzar. Podemos ir más rápido para alcanzar un cierto resultado, pero debemos dar el tiempo a aquello que queremos que tenga la forma que deseamos.
Todos esos que parecen nuestros fracasos, nuestras derrotas, y demás evidencias de nuestra falta de habilidad, son en realidad un llamado a que hagamos una pausa, veamos y reconozcamos lo que hemos creado para después concentrarnos nuevamente en ir en la dirección deseada y hacer lo que corresponde. Un paso a la vez.
Así que cuando quieras ir más rápido, recuerda que Leonardo DaVinci tardó 4 años en pintar la Gioconda o Mona Lisa, famosa obra que se encuentra en el museo del Louvre de París. La urgencia frente a lo verdaderamente importante nunca fue prioridad para hacer una obra de arte trascendente.
Una parte del remedio es darse cuenta de que esta urgencia que nos lleva al estrés no está allá afuera en las situaciones en las que nos encontramos inmersos, sino que está en nuestra forma de percibir estas cosas, en los pensamientos que creemos y mantenemos. La otra parte está en crear el espacio en donde poder hacerse consciente de esto.
Cuando más prisa sintamos, cuando menos tiempo tengamos, debemos de hacer una pausa.
El hecho de tener prisa no hace que los recursos que requerimos, que las habilidades que debemos desarrollar, que los resultados que queremos obtener, se materialicen por arte de magia.
De hecho, nuestra capacidad de sentir presión, pánico, miedo, …, no nos hace necesariamente más capaces de resolver las situaciones en que nos encontramos. No importa la intensidad que estas sensaciones tengan; al dejarnos posesionar por ellas, quedamos más lejos de nuestros objetivos.
Al apresurarnos nos dejamos llevar por el ritmo del mundo, por las prisas industriales, la producción en masa, mecanizada, artificial, altamente superficial, donde las personas sólo son tratadas como objetos de consumo y no como seres humanos pensantes, estamos basando nuestro comportamiento en una reacción que nos hace sentir mal y vacíos constantemente, que distrae nuestra capacidad de hacer las cosas lo mejor que podemos para simplemente hacerlas más rápido.
Y si intentamos hacer varias cosas a la vez, más de las que nuestra atención es capaz de atender, también estamos sacrificando nuestro trabajo en pos de la velocidad. Y no hemos visto nada que crezca en la velocidad y la urgencia: las plantas toman su tiempo en germinar, crecer, florecer y dar frutos; los animales toman años en desarrollarse completamente. La prisa es algo que no existe en la naturaleza, es un estado mental, una creación humana.
Las cosas pueden hacerse en el tiempo que toma hacerlas. No más, no menos. Toda gran obra de arte, toda labor que merece atención, toma un determinado tiempo para crecer por sí misma dentro de nuestra atención, eso no se puede forzar. Podemos ir más rápido para alcanzar un cierto resultado, pero debemos dar el tiempo a aquello que queremos que tenga la forma que deseamos.
Todos esos que parecen nuestros fracasos, nuestras derrotas, y demás evidencias de nuestra falta de habilidad, son en realidad un llamado a que hagamos una pausa, veamos y reconozcamos lo que hemos creado para después concentrarnos nuevamente en ir en la dirección deseada y hacer lo que corresponde. Un paso a la vez.
Así que cuando quieras ir más rápido, recuerda que Leonardo DaVinci tardó 4 años en pintar la Gioconda o Mona Lisa, famosa obra que se encuentra en el museo del Louvre de París. La urgencia frente a lo verdaderamente importante nunca fue prioridad para hacer una obra de arte trascendente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario